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sábado, 13 de junio de 2015

Claro De Luna - Grandes clásicos


La sonata de Beethoven conocida como “Claro de Luna” fue escrita hacia finales de la vida de su compositor, luego de que su genio hubiera alcanzado la  más alta cima de la composición músical, resultando una de las obras señeras de la literatura pianística clásica y una de las preferidas por los amantes de la música.

Hay una vieja historia relacionada con la composición de esta sonata, y si bien ha sido desacreditada por muchos, ya es parte de la tradición de la obra, tanto que después de leerla la obra parece otra.

Se cuenta que una noche, Beethoven y un amigo estaban caminando por las calles de Bonn, y al pasar por uno de sus barrios más pobres, se sorprendieron al oír música, una melodía surgía, bien interpretada de una de las humildes casas de la zona. Beethoven, atrevido como de costumbre, cruzó la calle, abrió la puerta de un empujón, e ingresó a la casa sin anunciarse. La habitación era precaria, y estaba iluminada por una débil vela. Un hombre joven se encontraba trabajando sobre un banco de zapatero en un rincón, mientras una joven mujer, aún casi una niña, estaba sentada a un viejo piano cuadrado.

Ambos se sobresaltaron por la intromisión, pero su sorpresa no fue mayor que la de Beethoven y su amigo al enterarse que la joven era ciega. Beethoven, un tanto confundido, se apresuró a disculparse, y explicó que había quedado tan impresionado con la calidad de ejecución de la joven que había sentido el impulso irresistible de averiguar quién estaba tocando en ese mismo momento, esa noche y en ese barrio de la ciudad. Luego, preguntó amablemente a la muchacha dónde había aprendido a tocar, a lo cual ella respondió que una vez habían vivido al lado de una mujer que estudiaba música, y que esta pasaba gran parte de su tiempo practicando las obras del gran Maestro Beethoven, así había aprendido a tocar muchas de las piezas de Beethoven tan sólo oyendo practicar a su vecina.

El hermano de la joven los interrumpió en ese momento para saber quiénes eran los intrusos, y que seguramente habían notado la pobre interpretación de su hermana. ¡Escucha! Dijo Beethoven, mientras caminaba hacia el piano, luego se sentó y tocó los acordes iniciales de una de sus sonatas. Lágrimas cayeron de los ojos de la muchacha al momento en que ella reconoció la música, y luego con una voz trémula, le preguntó a él si era posible que fuera el gran Maestro en persona. “Si” respondió Beethoven; “tocaré para ti”. Al poco tiempo, mientras tocaba una de sus composiciones más viejas, la vela parpadeó y se apagó. La interrupción pareció romper el tren de su memoria y en ese momento, Beethoven se levantó, fue hacia la ventana, y la abrió, inundando la habitación con la luz de la luna. Luego de meditar unos momentos, se volvió y dijo: “Improvisaré una sonata a la luz de la luna”. Y en ese mismo momento nació la maravillosa composición que conocemos tan bien.

Sin embargo, para introducir un frío y desilusionante aspecto a este relato tan poético, debemos saber que debido el método de escritura de Beethoven y a su hábito de retocar, revisar y pulir una y otra vez sus manuscritos, es probable que la improvisación de aquella noche fuera mucho más aburrida que el trabajo final. El primer movimiento de la sonata “Claro de Luna” es lento, majestuoso y sombrío, como un hermoso y ordenado jardín que reposa ilusionado en la oscuridad de la noche. Luego aparece silenciosamente escabulléndose bajo la sombra del acompañamiento, una triste e infinitamente amorosa melodía, que impregna todo el movimiento, hasta que el completo significado de su apabullante y mística belleza es revelado; incluso mientras la luna naciente gradualmente baña nuestro oscuro jardín en un esplendor plateado.

Luego de una pausa sin respiros, comienza el segundo movimiento, y nuestro jardín se llena de repente con espíritus danzantes, etéreos y delicados, como sabemos que deben ser los espíritus, pero moviéndose con un abandono de ritmo que los lleva lejos en un remolino de placer. Un corte repentino, otro silencio de suspenso, y comienza el tercer movimiento: como una ráfaga de viento que azota los árboles y envía a los espíritus a refugiarse a toda prisa, las notas caen apresuradamente, arremolinándose, como suele hacerlo el viento, mmientras las nubes corren deprisa por el cielo, pero incluso ahora y entonces por entre los claros, se ve la luna cabalgando majestuosamente, inundando el tortuoso jardín con dulces y serenas melodías de luz.

Y aunque resulta claro que el origen que aquí se nos cuenta de esta maravillosa sonata, la número 14 de las del genial músico de Bonn, es más propio de las leyendas que de la realidad, también lo es que a mí me ha convencido y será el que esté presente en mi mente cuando escuche esta música, lo que no es óbice para recordar que esta Sonata en do sostenido menor, opus 27.2, tiene el nombre de "Quasi una fantasía" y fue compuesta en 1801, estando dedicada a su alumna Giulietta Guicciardi, de 17 años, de quien se dice estaba enamorado. Su nombre popular de "Claro de luna" no se debe a Beethoven y es un apodo que se haría popular tras la muerte de este, surgiendo a raíz de una comparación que el poeta y crítico musical alemán Ludwig Rellstab realizó entre el primer movimiento de la pieza y el claro de luna que era visible en el Lago de Lucerna.

La sonata consta de tres movimientos:
 1. Adagio sostenuto
 2. Allegretto
 3. Presto agitato

Los videos que os dejamos con la sonata completa cuentan con la interpretación de la sensacional pianista Valentina Lisitsa y el cuadro con el que ilustramos este post tiene por título "Autómata anti-Claro de Luna" obra de Sigfrido Martín Begué.


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